jueves, marzo 05, 2009

AVISO IMPORTANTE

AVISO IMPORTANTE

Este blog ha sido exportado y ha cambiado de dirección. A partir de ahora, rogamos visitéis:

http://mujeryespiritualidad.blogspot.com

Gracias y disculpad las molestias.

domingo, enero 18, 2009

Vuestro cuerpo es un santuario

¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado a un precio. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

1 Co 6, 13-20

Para la mayoría de personas el cuerpo es importante. Muchos son los que valoran la salud por encima de cualquier otra cosa. Cuando enfermamos o sufrimos alguna discapacidad nos damos perfecta cuenta de lo importante que es para nosotros el cuerpo físico.

El cuerpo es un don de Dios, y así nos lo recuerda san Pablo. Al contrario de lo que cree mucha gente, el Cristianismo no desprecia el cuerpo, ni lo considera algo malo. Es una obra maravillosa del Creador y más aún: su santuario.

El cuerpo, como templo, es sagrado. Por esto es importante cuidarlo y evitar los hábitos que lo maltratan y lo estropean. Cuidar la salud es dar gloria a Dios, pues sin el cuerpo, ¿cómo podríamos amar, trabajar y elevar una voz de alabanza? Pero más allá de la salud, Pablo nos advierte sobre el uso que damos a nuestro cuerpo. Que nunca sea instrumento de dominación, de daño o de sumisión, ni para nosotros ni para nadie. El cuerpo no es una mercancía. Quien así lo usa, dice Pablo, se está agrediendo a sí mismo, además de herir a Dios. Nunca olvidemos que el cuerpo es la casa del alma, allí donde se condensa nuestra propia identidad y el soplo de Dios en nuestra vida.

domingo, enero 11, 2009

San Pablo nos enseña la libertad de pensamiento

Hoy os ofrezco extractos de una entrevista a Mn. Jordi Sánchez Bosch, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, especialista en San Pablo y autor de varios libros sobre el apóstol.

Publicada en Catalunya Cristiana, 8 enero 2009, con motivo del Año Jubilar Paulino.

¿Por qué conocemos tan poco a Pablo?
—Es curioso, porque con todas las cartas que conservamos de Pablo aún no lo conocemos bien. Quizás tiene que ver con el hecho de que nos asusta un poco, porque pensamos que no lo entenderemos, porque Pablo no es sencillo. Para leer a Pablo hay que reflexionar, ya que dice muchas cosas en pocas palabras. Por tanto, hay que detenerse, leerlo con calma… y no estamos muy acostumbrados a leer despacio. Además, existen ciertos prejuicios alrededor de la figura de Pablo: que si era misógino, que tenía mal carácter… Yo creo que nada de esto es verdad.

¿En qué se basa?
—Me baso en el hecho de que en Pablo encontramos polémica, pero una polémica surgida en un momento crucial en que se juega el futuro de la Iglesia, el futuro de la redención. Pensemos en la carta a los gálatas, por ejemplo: si se hubiera impuesto la circuncisión en la Iglesia, el crecimiento del Cristianismo se habría frenado y se habría apartado a media humanidad. Pablo tuvo la lucidez de afirmar que un gentil, sin dejar de ser fiel a su cultura, puede seguir a Cristo, porque el seguimiento de Cristo es lo esencial. Por tanto, Pablo se enfada mucho cuando ve que sus tesis se ponen en duda. Esta actitud de Pablo no muestra una persona de mal genio, sino una persona que ante un problema importante se muestra firme. En la segunda carta a los corintios pasa algo parecido. Hay un ataque frontal al programa de Pablo y él tiene que poner las cosas claras. Pero, en cuanto al resto, si nos fijamos en sus cartas, vemos que Pablo era una persona afectuosa y amable, y que tenía amigos por todas partes…

¿Y el trato hacia las mujeres?
—Yo creo que este aspecto también se explica perfectamente si nos situamos en aquella época. El principio del marido como amo de la esposa se da en toda cultura: oriental, occidental, africana… y en Europa se ha mantenido también, al menos hasta el siglo XIX y parte del XX. Por tanto, en este sentido, Pablo es hijo de su tiempo. Ahora bien, Pablo matiza mucho este aspecto en puntos esenciales al hablar de la igualdad de la mujer (dice que “en Cristo Jesús no hay hombre ni mujer”) y al comparar al marido con Cristo, que lo dio todo por nosotros. Si seguimos sus cartas también veremos que menciona no a una, sino a muchas mujeres, y siempre de manera positiva. Es más, habla de ellas como colaboradoras, valorando su trabajo. Si fuera un misógino, no se molestaría en mencionarlas…

¿Nos cuesta entender a Pablo porque, en general, desconocemos el Antiguo Testamento?
—Es cierto que esto también influye. Por eso creo que no es bueno que en la catequesis de hoy olvidemos el Antiguo Testamento, porque contiene narraciones con claves y mensajes que Pablo utiliza. Si no tenemos esta base bíblica, nos resultará muy difícil comprender a Pablo.

¿Cómo podemos acercarnos a Pablo?
—En principio, no hemos de pretender leer una carta entera, de golpe, sino poco a poco. Segundo, leer también las notas que trae la Biblia, que nos ayudarán a comprender mejor los textos. Tercero, tener la humildad de reconocer que nunca lo entenderemos todo. Yo hace años que lo estudio… ¡y no lo entiendo todo! Pero conocer a Pablo no es imposible.

¿Qué nos dice Pablo, hoy?
—En primer lugar, nos dice que tiene que haber comunidades cristianas. En cierto modo, aún tenemos la idea de que vamos a la iglesia por nosotros mismos y nos sentamos detrás de todo, en la última fila, y no hablamos con nadie… ¡Y precisamente una de las novedades que aporta el Cristianismo es que los cristianos formamos una comunidad! Por un lado, Pablo nos recuerda esto. Y, por otro, nos dice que las cosas del mundo interesan a los cristianos. Todo lo que el mundo pueda tener de aprovechable hay que aprovecharlo e intentar colaborar con el mundo. Además, san Pablo tiene un sentido muy grande de la libertad. Hay que pensar las cosas muy bien, y él es un ejemplo. Reflexiona mucho sobre el legalismo y se pregunta para qué sirve la Ley, tal cual, sin espíritu. San Pablo nos enseña la libertad de pensamiento. Otra cosa que nos ilumina es su entrega. Él se entregó totalmente. Para el cristiano, es modelo de entrega hasta la muerte. San Pablo lo tenía clarísimo y, hoy día, hemos de aceptar que el “comodismo” no es lo más indicado para un cristianismo auténtico. Pienso que nuestra época no es tan diferente de la de Pablo y que podemos establecer paralelismos. Hay que tener el valor de confesar la fe frente a quienes no la tienen. Hoy día nos falta esto, porque hay gente que es creyente, pero se esconde. Nos avergüenza confesar la fe.

¿Hemos idealizado la figura de Pablo?
—Quizás sí hemos idealizado mucho a Pablo y nos resulta una figura difícil de imitar. De hecho, es una figura humana difícil de imitar porque solemos fijarnos en las cosas más difíciles de los santos, porque son las importantes. Pero no por eso hemos de pensar que son inaccesibles.

Entrevista realizada por Rosa María Jané Chueca.

martes, enero 06, 2009

Carta a los Reyes de Oriente

Dicen que llegasteis de lejos, de países remotos… Los sabios explican que, en vosotros, toda la humanidad está representada: todas las naciones, todas las culturas.

En esta fiesta, recordamos vuestro largo viaje siguiendo una estrella, y celebramos vuestro hallazgo en la cueva de Belén.

¿Qué podemos pediros, nosotros que ya lo recibimos todo de Dios?
¡Lo hemos recibido a él mismo!

Que toda la humanidad, como vosotros, se postre ante un Dios que se hace niño.

Que cada ser humano extraiga un tesoro de su corazón, para ofrecérselo generosamente.

Que de nuestros labios salgan palabras de alabanza, como incienso que adora a un Dios rebosante de amor.

Que de nuestro pecho salga el entusiasmo incansable, más valioso que el oro, para expandir tu reino a todo el mundo.

Que nuestras manos acaricien la Creación, renovando todas las cosas con trabajo amoroso, curando como bálsamo de mirra las heridas de la piel y del alma.

Sed hoy, vosotros, nuestra estrella. Que vuestros pasos nos animen a seguiros, en esa carrera hacia nuestra meta, hacia los brazos de Dios.

Y que durante el camino seamos audaces como niños, firmes como adultos y sabios como ancianos.

Que un día lleguemos a ser, también nosotros, pequeñas estrellas luminosas en el camino de quienes buscan a Dios.

domingo, enero 04, 2009

Hijos de Dios

Él os ha destinado, en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos.
Ef, 3-18

De esta lectura de San Pablo, quiero quedarme con esta frase, que contiene una verdad inmensa: Dios nos quiere hijos suyos.

Estamos tan acostumbrados a oír la expresión “hijos de Dios” que no nos damos cuenta de la enormidad que esto supone. Hombres de todos los tiempos han considerado a Dios como una realidad superior y poderosa, pero alejada de ellos. Otros, desengañados, consideran la fe una invención, un consuelo para ingenuos o un instrumento de manipulación. ¡Qué lejos queda todo esto de nuestra fe! ¡Qué lejos del Dios papá de Jesús de Nazaret!

Dios es más revolucionario, más rompedor, más arriesgado, y su amor es más asombroso de lo que jamás podamos concebir. Pablo así lo vive. En el momento en que Dios decide hacernos hijos suyos, nos da todo cuanto él tiene. Ya no somos simplemente sus criaturas, ni mucho menos sus siervos. Pasamos a ser amigos. Y, más que amigos, hijos entrañables, carne de su carne. Por nosotros, Dios mismo, a través de Jesús, está dispuesto a morir.

La vida de Jesús, su íntima unión con Dios Padre, nos abre camino a esa relación de hijos. ¡Sentirnos hijos de Dios! ¿Puede algo infundirnos mayor fuerza, entusiasmo y esperanza?

Es ahora, en tiempo de Navidad, cuando celebramos el primero de sus dos grandes gestos de amor a la humanidad: nacer como niño, hacerse hombre, para vivir con nosotros y mostrarnos el camino hacia una vida nueva. El segundo gran gesto lo celebraremos en Pascua, con su muerte y resurrección. Entonces nos abrirá las puertas del cielo definitivamente.

domingo, diciembre 28, 2008

Por fe, saber darlo todo

He 11, 8-19
Por fe obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba…Por fe, Abraham, puesto a prueba, ofreció a Isaac, y era su hijo único… Pero Abraham pensó que Dios tiene poder para hacer resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.


Esta lectura de Pablo apela con rotundidad a nuestra fe. Pongámonos en el lugar de Abraham, de Sara, de esos hombres y mujeres de la Biblia que creyeron sin vacilar. ¿Seríamos capaces, nosotros, de renunciar a tanto? ¿Somos capaces de dejar en manos de Dios nuestro hogar, nuestra familia, nuestros bienes… todo cuanto tenemos? ¿Nos atreveríamos a entregarle nuestra propia vida, nuestro porvenir? ¿Nos fiamos de Dios?

Abraham, que tenía una fe sólida, lo hizo. Y era un ser humano, con sus defectos y sus cualidades, como cualquiera de nosotros. También era un hombre rico y ansioso por formar una familia, así que aún podía resultar más posesivo que otras personas. Sin embargo, lo entregó todo a Dios y por él lo arriesgó todo. Sabía de quién se fiaba.

Los cristianos estamos llamados a tener esa fe. No se trata de dejarlo todo, literalmente, sino de no apegarnos a ello y ponerlo en manos de Dios. Incluso lo que más queremos. En estas fechas festivas, en que todos nos reunimos con la familia, podemos tender a ser posesivos y dominantes en las relaciones familiares. Para muchas personas, la familia es el bien más grande, por encima de todos los demás, y se aferran a ella sin saber contemplarla con una mirada trascendente. De ahí surgen luego muchos conflictos internos que no siempre se consiguen superar.

Cuántas veces preferimos darle a Dios migajas, bien acompañadas con oraciones, misas, rituales… y olvidamos ofrecerle lo que realmente es importante para nosotros. No tengamos miedo. ¡Dios da el ciento por el uno! Pongamos en sus manos, de corazón, aquello que amamos, y dejemos que él disponga de todo. Sepamos, incluso, renunciar a ciertos bienes o situaciones cómodas que, aunque nos resulten agradables, pueden anquilosar nuestra alma y encastillarnos en nuestro egoísmo o en nuestra vanidad. Sepamos soltar amarras y fiarnos del mejor navegante, nuestro Dios. Porque lo que nos aguarda es inmensamente mejor que lo que dejamos atrás.

jueves, diciembre 25, 2008

Navidad, un deseo colmado

Como las nubes ondeantes,
como el incesante gorjeo del arroyo,
el hambre del espíritu nunca puede ser saciada.


Hildegard von Bingen


Me acaban de regalar un precioso disco con canciones compuestas por esta mística alemana que vivió entre los siglos XI y XII. Los versos que he citado arriba y que he traducido libremente me inspiran una pequeña reflexión hoy, día de Navidad.

El deseo del espíritu –el hambre– nunca puede ser aplacado. Cuántos místicos han sentido esa sed abrasadora dentro, una sed que la presencia de Dios, el amado, colma y a la vez exacerba aún más.

Los versos de Hildegard expresan bellamente una realidad connatural al ser humano: su sed de inmortalidad, su ansia de infinito. Dentro de cada persona hay un hueco, un vacío insondable, que nada puede llenar, sino Dios.

Y cada cual lo siente a su manera, dependiendo de su sensibilidad, su historia, su formación y sus experiencias religiosas. Pero todos contenemos en nuestro interior ese pozo ávido de inmensidad que sólo puede llenarse con una presencia que viene desde fuera de nosotros, y que nos sobrepasa.

Y la Navidad es justamente la fiesta de una promesa cumplida y un deseo colmado. ¡Cuántas veces lo habré escrito! Nuestro Dios no espera que imploremos su piedad ni que emprendamos un arduo camino para alcanzarlo; es él quien corre y “baja” hacia nosotros. La nuestra es una fe de “pequeñitos”, demasiado débiles para elevarse hacia Dios, pero sí capaces de abrirle nuestras puertas y recibirlo cuando viene. Y Dios, para no hacernos daño ni abrumarnos con su grandeza, hace algo insólito: nos viene menudo, frágil, tierno. No sólo no nos impresiona con su poder, sino que llora, busca nuestro regazo y suplica nuestro amor.

Y así, el único Dios que puede saciar nuestro deseo infinito se hace pobre y sediento para pedirnos que le alimentemos con nuestro amor. En ese giro maravilloso e impensado se produce el milagro, y el amor fluye entre el Creador y su criatura. El fuego del Espíritu Santo corre por las venas de la tierra y, como dice el salmo, “toda la Creación exulta. Brama el mar, se alborozan los campos y cantan los árboles del bosque”. ¡Porque nos ha nacido un Salvador!

domingo, diciembre 21, 2008

Atrás queda el misterio

De la carta a los Romanos (Rm 16, 25-27)
…Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe al Dios, único sabio…

Este párrafo tan solemne quizás nos resulte un tanto complicado a los profanos, no muy entendidos en Teología. Sin embargo, su significado es enorme, pues rompe muchos prejuicios e ideas antiguas sobre la religión y la fe.

Nuestra fe no es misteriosa ni elitista

El apóstol nos habla de un misterio revelado. El Cristianismo, sin duda, es una religión revelada. Lejos de nuestra fe el misterio, lo enigmático, el ocultismo y los grandes secretos reservados para los iniciados. El Cristianismo es el polo opuesto del esoterismo y los cultos mistéricos, sólo aptos para unos pocos elegidos. Hoy día, en que hay una efervescencia espiritual variopinta, muchas personas buscan sentido a sus vidas en diferentes religiones y formas de espiritualidad. No faltan aquellas que atraen adeptos con mensajes seductores e incitantes, prometiendo revelar secretos que sólo con ciertas prácticas y conocimientos se pueden alcanzar. También están muy de moda las teorías de quienes tiñen el Cristianismo de un halo de magia y oscurantismo, queriendo arrancar sombras y enigmas arcanos de una fe que, desde su misma raíz, es luz.

Pablo, que se siente amado y llamado por Jesús, lo comprende muy bien, y de ahí le viene esa fiebre misionera, ese ardor. Nuestro Dios no se reserva a sí mismo, sino que quiere darse a todos. El Cristianismo, por tanto, es una religión con vocación universal. El amor de Dios no entiende de culturas, de clases sociales, de lenguas o de países. Es para todo el mundo. Por eso no se encerró en el pueblo judío, ni siquiera en Roma. Los apóstoles así lo entendieron: nuestra Iglesia es una familia universal. Este es el verdadero significado de la palabra “católica”.

¿Qué significa “obediencia a la fe”?

Y, ¿qué nos une a esta gran familia? Por encima de doctrinas, valores o ideas, nos une una persona, Jesús. Pero sólo nos une si realmente estamos adheridos a él. Nuestra amistad íntima con Jesús nos llevará a unirnos a los demás. Si no es así, tal vez nuestra fe se ha quedado en meros formalismos o en una doctrina rígida y vacía.

Pablo utiliza otra palabra que nos suele incomodar: la obediencia. Cuántos pensadores ateos han aprovechado este concepto para tachar a la religión de una forma de dominar y manipular conciencias. En realidad, obediencia a Dios no significa esclavitud, ni sumisión ciega. Obedecer, como ya nos explican los teólogos, es seguir, adherirse, identificarse con aquel que amas y sabes que desea tu bien. El mayor ejemplo de obediencia lo tenemos en Jesús. Su libertad fue justamente ésta: convertir a Dios Padre en el centro de su vida y hacerlo todo unido a él. Nuestra obediencia a la fe, como dice Pablo, no es acatamiento de unas normas, sino lealtad y fidelidad por puro amor.

Por otra parte, ¿cómo podemos temer los designios de Dios? Recuerdo una vez más las palabras del Papa Benedicto en su discurso de investidura: No temáis a Jesucristo. Él no os quitará nada, ¡nada!, de lo que es bueno, bello y digno para la persona. Dios no nos arrebatará la vida, al contrario. Nos quiere a su lado para enriquecerla y hacerla hermosa, llena de sentido, y eterna.

domingo, diciembre 14, 2008

Estad siempre alegres

1 Ts 5, 16-24
Estad siempre alegres. Sed constantes en el orar. Dad gracias en toda ocasión... No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de profecía... que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Las exhortaciones de Pablo a sus comunidades son tan actuales que podrían estar dirigidas a los cristianos y a las parroquias de hoy. ¿Qué nos dice en esta ocasión? ¡Que estemos alegres! La alegría debería ser un distintivo de todo cristiano. Como dice Santa Teresa, “un santo triste es un triste santo”… y todos estamos llamados a la santidad.

No se trata de una alegría inconsciente ni superficial, sino una alegría profunda, enraizada en algo más que nuestra voluntad o nuestras propias fuerzas. Nuestra alegría arraiga en el sabernos amados por Dios. Nuestro gozo arranca de una noticia que calma todas nuestras inquietudes: Dios no sólo nos ama, sino que nos salva y nos da su propia vida.

“No apaguéis el Espíritu en vosotros”, dice Pablo. No dejemos que esa llama se extinga. Todos y cada uno de los cristianos hemos recibido un don enorme para ser apóstoles. No querer potenciarlo ni dejar que alumbre es apagarlo, despreciarlo. Cada vez que, por miedo, pereza o falsa modestia esquivamos ese don de profecía, ese coraje, estamos rechazando al mismo Espíritu Santo; estamos desdeñando el regalo de Dios. En cambio, si lo aceptamos y lo hacemos crecer, Dios mismo “nos consagrará”. Y, como dice Pablo, jamás nos faltará nada, pues él siempre velará por nosotros.

domingo, diciembre 07, 2008

Un cielo nuevo y una tierra nueva


Comentarios a la segunda carta de san Pedro

2 Pe 3, 8-14
El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.

Estas palabras de Pedro nos tocan muy adentro. A menudo elevamos nuestras plegarias a Dios, angustiados e impacientes, y nos desanimamos cuando éste parece no responder. Queremos soluciones rápidas y Dios tiene otros ritmos, que nos cuesta comprender. Por eso, muchas personas se irritan y acaban clamando contra el cielo. Dios no escucha, dicen. Dios “pasa” de la humanidad. Se ríe, juega con nosotros.

Los seres humanos podemos perder la paciencia… ¡pero Dios no la pierde! Ante nuestra obcecación, él aguarda, enviándonos muchos signos de su amor, esperando que un día veamos claro cuánto nos ama y nos convirtamos. No quiere que nos consumamos en nuestra desesperación, sino que comencemos a vivir de otra manera, más serena, más profunda y con una visión trascendente de las cosas.

¿Llegaremos a entenderlo? Necesitamos calma, tiempo y silencio para escuchar esos signos… Y si esto aún no es necesario, tal vez la vida nos golpeará con situaciones que nos obligarán a detenernos y a recapacitar.

Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.

Ahora, las frases del apóstol tienen ecos proféticos y más de uno puede pensar: ¡ingenuidad de los cristianos! Suenan muy bien, pero no dejan de ser “música celestial”. ¿Dónde están ese cielo nuevo y esa tierra nueva? ¿No serán una utopía apta para mentes simples e inocentes?

Pedro nos da una pista: “apresurad la venida del Señor”. Esa venida no es un hecho futuro. Dios ya ha venido. Su llegada es inminente y se produce, día tras día, cada vez que alguien le abre su corazón y se deja penetrar por su fuego. Ese cielo nuevo y esa tierra nueva no son algo lejano e irreal, sino algo que está en nuestras manos; es una realidad que podemos construir ahora mismo, y cada día. Estamos viviendo ya ese cielo nuevo y esa tierra nueva cuando permanecemos alerta, vigilantes, y cuando nuestra vida se convierte en donación amorosa y en servicio alegre a los demás.

Esa justicia de la que habla Pedro no es simple legislación humana. La justicia, en la Biblia, alude siempre a la “justicia de Dios”. ¿Y cuál es esta justicia? No es otra que su amor desmesurado, que se derrama “sobre justos y pecadores”, sin distinción. Por tanto, la característica esencial de ese mundo nuevo es justamente ésta: el amor incondicional, sin medida, sin límites, y a todos. El mundo nuevo está formado por hombres y mujeres que, al igual que Jesús, han aprendido que dar toda su vida a los demás es encontrar la plenitud.