domingo, diciembre 21, 2008

Atrás queda el misterio

De la carta a los Romanos (Rm 16, 25-27)
…Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe al Dios, único sabio…

Este párrafo tan solemne quizás nos resulte un tanto complicado a los profanos, no muy entendidos en Teología. Sin embargo, su significado es enorme, pues rompe muchos prejuicios e ideas antiguas sobre la religión y la fe.

Nuestra fe no es misteriosa ni elitista

El apóstol nos habla de un misterio revelado. El Cristianismo, sin duda, es una religión revelada. Lejos de nuestra fe el misterio, lo enigmático, el ocultismo y los grandes secretos reservados para los iniciados. El Cristianismo es el polo opuesto del esoterismo y los cultos mistéricos, sólo aptos para unos pocos elegidos. Hoy día, en que hay una efervescencia espiritual variopinta, muchas personas buscan sentido a sus vidas en diferentes religiones y formas de espiritualidad. No faltan aquellas que atraen adeptos con mensajes seductores e incitantes, prometiendo revelar secretos que sólo con ciertas prácticas y conocimientos se pueden alcanzar. También están muy de moda las teorías de quienes tiñen el Cristianismo de un halo de magia y oscurantismo, queriendo arrancar sombras y enigmas arcanos de una fe que, desde su misma raíz, es luz.

Pablo, que se siente amado y llamado por Jesús, lo comprende muy bien, y de ahí le viene esa fiebre misionera, ese ardor. Nuestro Dios no se reserva a sí mismo, sino que quiere darse a todos. El Cristianismo, por tanto, es una religión con vocación universal. El amor de Dios no entiende de culturas, de clases sociales, de lenguas o de países. Es para todo el mundo. Por eso no se encerró en el pueblo judío, ni siquiera en Roma. Los apóstoles así lo entendieron: nuestra Iglesia es una familia universal. Este es el verdadero significado de la palabra “católica”.

¿Qué significa “obediencia a la fe”?

Y, ¿qué nos une a esta gran familia? Por encima de doctrinas, valores o ideas, nos une una persona, Jesús. Pero sólo nos une si realmente estamos adheridos a él. Nuestra amistad íntima con Jesús nos llevará a unirnos a los demás. Si no es así, tal vez nuestra fe se ha quedado en meros formalismos o en una doctrina rígida y vacía.

Pablo utiliza otra palabra que nos suele incomodar: la obediencia. Cuántos pensadores ateos han aprovechado este concepto para tachar a la religión de una forma de dominar y manipular conciencias. En realidad, obediencia a Dios no significa esclavitud, ni sumisión ciega. Obedecer, como ya nos explican los teólogos, es seguir, adherirse, identificarse con aquel que amas y sabes que desea tu bien. El mayor ejemplo de obediencia lo tenemos en Jesús. Su libertad fue justamente ésta: convertir a Dios Padre en el centro de su vida y hacerlo todo unido a él. Nuestra obediencia a la fe, como dice Pablo, no es acatamiento de unas normas, sino lealtad y fidelidad por puro amor.

Por otra parte, ¿cómo podemos temer los designios de Dios? Recuerdo una vez más las palabras del Papa Benedicto en su discurso de investidura: No temáis a Jesucristo. Él no os quitará nada, ¡nada!, de lo que es bueno, bello y digno para la persona. Dios no nos arrebatará la vida, al contrario. Nos quiere a su lado para enriquecerla y hacerla hermosa, llena de sentido, y eterna.

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