jueves, diciembre 25, 2008

Navidad, un deseo colmado

Como las nubes ondeantes,
como el incesante gorjeo del arroyo,
el hambre del espíritu nunca puede ser saciada.


Hildegard von Bingen


Me acaban de regalar un precioso disco con canciones compuestas por esta mística alemana que vivió entre los siglos XI y XII. Los versos que he citado arriba y que he traducido libremente me inspiran una pequeña reflexión hoy, día de Navidad.

El deseo del espíritu –el hambre– nunca puede ser aplacado. Cuántos místicos han sentido esa sed abrasadora dentro, una sed que la presencia de Dios, el amado, colma y a la vez exacerba aún más.

Los versos de Hildegard expresan bellamente una realidad connatural al ser humano: su sed de inmortalidad, su ansia de infinito. Dentro de cada persona hay un hueco, un vacío insondable, que nada puede llenar, sino Dios.

Y cada cual lo siente a su manera, dependiendo de su sensibilidad, su historia, su formación y sus experiencias religiosas. Pero todos contenemos en nuestro interior ese pozo ávido de inmensidad que sólo puede llenarse con una presencia que viene desde fuera de nosotros, y que nos sobrepasa.

Y la Navidad es justamente la fiesta de una promesa cumplida y un deseo colmado. ¡Cuántas veces lo habré escrito! Nuestro Dios no espera que imploremos su piedad ni que emprendamos un arduo camino para alcanzarlo; es él quien corre y “baja” hacia nosotros. La nuestra es una fe de “pequeñitos”, demasiado débiles para elevarse hacia Dios, pero sí capaces de abrirle nuestras puertas y recibirlo cuando viene. Y Dios, para no hacernos daño ni abrumarnos con su grandeza, hace algo insólito: nos viene menudo, frágil, tierno. No sólo no nos impresiona con su poder, sino que llora, busca nuestro regazo y suplica nuestro amor.

Y así, el único Dios que puede saciar nuestro deseo infinito se hace pobre y sediento para pedirnos que le alimentemos con nuestro amor. En ese giro maravilloso e impensado se produce el milagro, y el amor fluye entre el Creador y su criatura. El fuego del Espíritu Santo corre por las venas de la tierra y, como dice el salmo, “toda la Creación exulta. Brama el mar, se alborozan los campos y cantan los árboles del bosque”. ¡Porque nos ha nacido un Salvador!

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