domingo, enero 04, 2009

Hijos de Dios

Él os ha destinado, en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos.
Ef, 3-18

De esta lectura de San Pablo, quiero quedarme con esta frase, que contiene una verdad inmensa: Dios nos quiere hijos suyos.

Estamos tan acostumbrados a oír la expresión “hijos de Dios” que no nos damos cuenta de la enormidad que esto supone. Hombres de todos los tiempos han considerado a Dios como una realidad superior y poderosa, pero alejada de ellos. Otros, desengañados, consideran la fe una invención, un consuelo para ingenuos o un instrumento de manipulación. ¡Qué lejos queda todo esto de nuestra fe! ¡Qué lejos del Dios papá de Jesús de Nazaret!

Dios es más revolucionario, más rompedor, más arriesgado, y su amor es más asombroso de lo que jamás podamos concebir. Pablo así lo vive. En el momento en que Dios decide hacernos hijos suyos, nos da todo cuanto él tiene. Ya no somos simplemente sus criaturas, ni mucho menos sus siervos. Pasamos a ser amigos. Y, más que amigos, hijos entrañables, carne de su carne. Por nosotros, Dios mismo, a través de Jesús, está dispuesto a morir.

La vida de Jesús, su íntima unión con Dios Padre, nos abre camino a esa relación de hijos. ¡Sentirnos hijos de Dios! ¿Puede algo infundirnos mayor fuerza, entusiasmo y esperanza?

Es ahora, en tiempo de Navidad, cuando celebramos el primero de sus dos grandes gestos de amor a la humanidad: nacer como niño, hacerse hombre, para vivir con nosotros y mostrarnos el camino hacia una vida nueva. El segundo gran gesto lo celebraremos en Pascua, con su muerte y resurrección. Entonces nos abrirá las puertas del cielo definitivamente.

No hay comentarios: