domingo, noviembre 02, 2008

Somos hijos de Dios

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él… Todo el que tiene esperanza, se purifica a sí mismo, como él es puro.
1 Jn 3, 1-3

Este párrafo de la carta de San Juan condensa una de las enseñanzas clave del evangelio: ¡somos hijos de Dios!

La fe de Jesús se arraiga en una larga tradición judía que él recoge y lleva hasta las últimas consecuencias. Ya en el Génesis se atisba esta convicción: Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. Habla con él, busca su compañía, incluso le otorga autoridad sobre el mundo creado. Para Dios, somos algo más que criaturas: somos hijos. Y los hijos comparten mucho con sus padres. Así, San Juan dice que cuando él se manifieste, seremos “semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.

Ser conscientes de que somos hijos de Dios es algo inmenso, que cambia la vida y transforma nuestros esquemas mentales. De ahí la exclamación vehemente de Juan: ¡lo somos! Y esto nos acerca a la vivencia de Jesús, que amó al Padre hasta la muerte y actuó siempre estrechamente unido a él. Sabernos hijos de Dios nos da la paz, la confianza, el coraje y un gozo desbordante que supera todas las dificultades de la vida.

Pero, dice San Juan, el mundo no conoce a Dios ni tampoco a sus hijos. Esa es la gran tragedia de una parte de la humanidad, y que también se describe en el Génesis: el afán de poder y la desconfianza quiebran la relación con Dios y provocan un distanciamiento. Cuando la humanidad llega a ignorar a Dios se hunde en su propio caos. Tanta es la confusión, que no puede percibir su presencia, siempre latente en la historia. Y aquel que no reconoce a Dios, tampoco verá que los hombres sean hijos suyos. De ahí que el concepto de la humanidad quede rebajado y las personas pierdan la dignidad y el respeto que merecen sólo por ser hijas de Dios. De ahí la concepción del ser humano en términos meramente biológicos, mecanicistas o utilitaristas, que pueden llegar a degradar lo más profundo y noble de su naturaleza. El Génesis resume el drama humano del alejamiento de Dios de manera poética y rotunda.

Juan, el evangelista de la Palabra encarnada, el que hace girar todo su evangelio en el Dios hecho hombre, en el hombre que es Dios, nos trae también un mensaje de esperanza. La esperanza purifica, porque es algo más que un mero aguardar: la esperanza es certeza, y la certeza nos hace vivir anticipadamente aquello que esperamos, actuando con la convicción de que aquello que deseamos ya nos está concedido.

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