domingo, abril 27, 2008

Dar razón de nuestra fe

De la carta de San Pedro (1 Pe 3, 5-18)
"Estad prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo".

Con serenidad y respeto

Hoy, las palabras del apóstol ¡nos suenan tan cercanas! El mundo se estremece con las guerras y el terrorismo, y las personas se refugian en el efímero bienestar material o en distracciones que adormecen la mente. Dios parece no tener lugar, y las religiones, muy especialmente el Cristianismo, son atacadas y criticadas como fundamentalismos inútiles, pertenecientes al pasado.

Los cristianos de Occidente tenemos una profunda conciencia de estar viviendo una época de crisis. Pero quizás la primera crisis se dé entre nosotros. ¿Sabemos mantener viva nuestra fe, contra viento y marea? Si lo hacemos, ¿sabemos razonarla? ¿Podemos dar una respuesta ante quienes critican nuestras convicciones?

Pedro nos espolea con sus palabras: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida, pero con serenidad y respeto. Dos enseñanzas podemos extraer de esta exhortación.

En primer lugar, los cristianos hemos de formarnos, cultivar nuestra fe y estar atentos a las enseñanzas de la Iglesia y el Papa. No podemos exponer nuestras creencias ante el mundo sin tener argumentos sólidos y sin saber hablar un lenguaje claro y coherente. Hemos de empaparnos del Evangelio y también de las muchas cartas, encíclicas y documentos que publica la Iglesia para nuestra formación.

Pero tampoco hemos de imponer nuestras ideas, ni siquiera nuestra fe. Pedro es muy claro: hemos de transmitir nuestro mensaje con calma y un profundo respeto a la libertad del otro. Nuestro estilo no ha de ser beligerante, sino tolerante y cálido. Estamos hablando del amor, ¿cómo podemos transmitirlo sin cuidado, sin delicadeza? Nuestro discurso, más que vencer, ha de convencer. Más que una retórica combativa, ha de ser poesía que enamora. Pues la verdad de Dios sólo puede expresarse con belleza.

Aprender a sufrir

Pedro continúa hablando del sufrimiento que padecen los creyentes por el mero hecho de serlo. “Si es la voluntad de Dios, vale más sufrir haciendo el bien que obrando el mal”. Muchas personas han criticado esta forma de pensar y la han visto como una llamada a la resignación, una actitud estoica y conformista, un consuelo para personas cobardes. La injusticia es indignante, y somos muchos los que nos rebelamos ante ella. De nuevo Pedro nos recuerda el ejemplo de Jesús. Él murió, sin motivo alguno, de la forma más injusta. Pero su entrega no quedó sin respuesta, porque Dios Padre lo resucitó, haciéndolo renacer a otra vida, eterna. Jesús marca el camino a seguir, y Pedro nos llama a imitarlo. Este es el sentido de sus palabras: no se trata de conformarse con la maldad y la injusticia, sino de aprender a sufrir las calumnias y las ofensas que podamos recibir, por el simple hecho de ser cristianos, de creer y de hacer el bien.

En el mundo, no sólo son los criminales quienes reciben castigo. Ser personas honestas y hacer el bien no nos librará del sufrimiento, las envidias y el odio ajeno. Como Jesús, es posible que justamente por obrar bien recibamos ataques y críticas. Pero si permanecemos unidos a Dios en medio de estas tormentas, la esperanza nos fortalecerá, y nuestra vida cobrará una intensidad extraordinaria. Sufriremos, sí, pero a la vez seremos inmensamente felices, porque el amor arderá en nosotros. Nuestra conciencia estará en paz, porque respirará la libertad de saber que obramos coherentes con aquello que creemos. Estaremos comenzando a vivir, ya en la tierra, esa vida trascendida y eterna que Jesús nos ofreció.

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