domingo, abril 20, 2008

Sois una nación sagrada

“Sois una estirpe elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”. (1 P 2, 4-9)

Este conocido fragmento de la carta de San Pedro sigue a otro, que habla de Jesús como la piedra desechada por los hombres, pero “escogida y preciosa ante Dios” y convertida en piedra angular. Jesús es el fundamento de un edificio humano inmenso. Y los cristianos, dice el apóstol, somos “piedras vivas” de ese edificio. ¿Qué significa este discurso, aparentemente solemne y alejado de nuestro lenguaje y de nuestros días? ¿Captamos el sentido de esas palabras?

Pedro es rotundo en su exposición, y aquello que proclamó ante los cristianos del siglo I es totalmente vigente para los cristianos de hoy. Los poderosos de su tiempo despreciaron y rechazaron a Jesús, condenándolo a una muerte injusta. También los cristianos sufrieron persecución y fueron calumniados y martirizados. Pedro, como buen líder, anima a sus seguidores y los ayuda a tomar una perspectiva diferente de las cosas. A los ojos de Dios, los desechados son piedras preciosas: él construirá su edificio, la familia de la Iglesia, con esas piedras vivas, personas que se han abierto a su amor y creen en él. Pedro utiliza esa hermosa metáfora de la luz para expresar el renacimiento espiritual de aquellos que pasan de la incredulidad y el escepticismo a la fe. Aunque el mundo desprecie a los fieles creyentes, este rechazo no es nada comparado con la gloria del amor de Dios. Por eso Pedro se atreve a llamar a las comunidades cristianas pueblo elegido, estirpe sagrada, escogida por Dios.

Hoy, la Iglesia también es denostada y la fe cristiana recibe continuas críticas y desprecios. Incluso es tachada de peligrosa y fundamentalista, de enemiga del gozo y de la vida. Las palabras de Pedro, en cambio, exultan vitalidad y fuerza. Deberíamos recoger todo el espíritu que alienta en ellas, para comprender que el Cristianismo es una fe entusiasta, de vida y de gozo. Tanto, que los cristianos no nos limitamos a recibir la luz de Dios, sino que estamos llamados a algo más.

Aquí es cuando Pedro utiliza esa palabra, “sacerdocio”, aplicándola, no a unos pocos, sino a todos los cristianos. Todos los bautizados, hoy, como ayer, somos sacerdotes, en este sentido: todos somos receptores del don de Dios, y todos podemos transmitirlo. El Espíritu Santo se derrama sobre todos, y no hay cauces ni barreras para que cualquiera de nosotros pueda esparcirlo a su alrededor. ¿Quién nos puede impedir dar a manos llenas el amor que ya hemos recibido? ¿Quién puede acallar nuestra voz? ¿Qué podrá apagar nuestro gozo?

Sin embargo, este sacerdocio no es un privilegio o un regalo exclusivo. Comporta una exigencia, y Pedro la señala claramente: estamos llamados a proclamar las hazañas del que nos sacó de las tinieblas. Si un cristiano no es misionero, será un triste cristiano. Comunicar nuestra vivencia y nuestra fe es una misión que debería empujarnos a todos. No debe bastarnos con saborear los dones de Dios, sino que hemos de darlos a otros, generosamente, como los hemos recibido.

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