Carta a los romanos (Rm 8, 9-13)
En su carta a los Romanos, San Pablo contrapone dos maneras de vivir: según la carne y según el espíritu. Una lectura muy superficial nos haría pensar que la carne se refiere a todo lo material, y que por tanto todo esto es malo frente al espíritu, que representaría el mundo espiritual e incorpóreo. Esto nos llevaría a una interpretación maniquea y dualista de su escrito, y a una postura de rechazo o desprecio del mundo físico y material. Pero Pablo va más allá de esta visión.
En su carta a los Romanos, San Pablo contrapone dos maneras de vivir: según la carne y según el espíritu. Una lectura muy superficial nos haría pensar que la carne se refiere a todo lo material, y que por tanto todo esto es malo frente al espíritu, que representaría el mundo espiritual e incorpóreo. Esto nos llevaría a una interpretación maniquea y dualista de su escrito, y a una postura de rechazo o desprecio del mundo físico y material. Pero Pablo va más allá de esta visión.
En realidad, estas dos maneras de vivir aluden a algo más profundo. Vivir según la carne es llevar una existencia ignorando a Dios, apartándolo al margen de nuestra realidad, aferrados tan sólo a aquello que vemos, tocamos y podemos poseer. Una vida así, aunque nos parezca razonable, es muy limitada y trágica, pues nos encontramos ante los límites de la muerte, el dolor y la soledad. Vivir sin tener en cuenta la trascendencia convierte la existencia en un intervalo lleno de luces y de sombras, pero marcado por el sufrimiento y la falta de sentido.
Vivir según el espíritu es reconocer que todos procedemos de Dios, en él tenemos nuestras raíces más hondas, y él nos sostiene en la existencia. Vivir así es acoger a Dios y darle un lugar en nuestro devenir diario. Quien abre su corazón a Dios, está dejando que el amor empape toda su vida. Y esta vida ya no es un lapso de tiempo vacío sin sentido, sino un camino que comienza en la tierra y se alarga hasta la eternidad. De ahí las palabras de San Pablo: “el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos, dará la vida a vuestros cuerpos mortales”. Pablo regresa a la médula de su mensaje, de su predicación. El ansia de todo ser humano, la sed de trascendencia y de inmortalidad, se ve colmada con Jesucristo y su resurrección. No es un deseo ni una ilusión, es una esperanza firme, confirmada por la experiencia que los apóstoles han tenido al ver a Jesús resucitado.
Vivir según el espíritu no sólo entraña una gran paz y coraje interior. Esta forma de vivir tiene consecuencias prácticas, y a esto se refiere Pablo cuando habla de obrar según el espíritu, y no según la carne. Creer en Dios, vivir con esa perspectiva trascendente, ha de modificar nuestra forma de actuar y de estar en medio del mundo. Quien vive así, ya no puede ser frívolo, inconsecuente o insensible ante los demás. Vivir según la carne significa una vida centrada en uno mismo y en el propio bienestar, sin preocuparse del mundo ni de cuantos nos rodean. Vivir según el espíritu nos llevará a seguir el ejemplo de Cristo, generosamente, abiertos a los demás e imitando la bondad de Dios.
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