domingo, julio 13, 2008

La creación gime con dolores de parto

Romanos 8, 18-23

Estas palabras de san Pablo siempre me han impresionado. La imagen de un parto doloroso que contrae el mundo entero es expresiva y certera. La humanidad está viviendo este proceso desde hace muchos siglos. Siguiendo la comparación, Pablo afirma que los sufrimientos presentes no son nada comparados con el gozo futuro. Al igual que una mujer sufre al dar a luz, pero olvida de inmediato todo el padecimiento cuando sostiene a su criatura en brazos, así sucede con muchas realidades de nuestra existencia. Por eso, esta lectura de Pablo está llena de esperanza.

Pablo es muy realista y conoce bien las tendencias de la naturaleza humana. Esta vez, nos habla de esclavitud y frustración. En su alusión a Adán, Pablo asocia la ruptura de la amistad con Dios al sometimiento, tal como apunta ya el Génesis. El hombre que en aras de la libertad ha querido apartar a Dios, ahora se ve sumido en la esclavitud y en la muerte. La humanidad que, orgullosa, quiere prescindir de Dios, se ve abocada al vértigo de un destino vacío, desprovisto de sentido, a cientos de esclavitudes, a la lucha, a la fatiga y a la muerte.

Sin embargo, el ser humano siempre ha tenido hambre de infinito. Y ese afán por vivir en plenitud, por recuperar la libertad, lucha contra las tendencias que lo arrastran a la muerte, no sólo la muerte física, sino la muerte del alma. Este combate es lo que Pablo llama parto doloroso de la creación.

Sí, nuestro mundo vive convulso una incesante batalla entre la vida y la muerte, entre la libertad y la sumisión. Nosotros también vivimos esa batalla en nuestro interior. Pero muchas veces, la personas bregamos a ciegas, sin saber muy bien dónde encontrar la liberación. Pablo nos da una pista muy clara: “la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.

Somos libres cuando somos hijos. Nos liberamos cuando nos reconciliamos con Dios y volvemos a sus brazos. Jesús ya lo dijo a sus discípulos: “No os llamo siervos, sino amigos”. En su Reino imperan la amistad y el amor, nunca la sumisión o el poder. Dios tampoco nos quiere esclavos, sino hijos amados. Y los hijos, como tales, comparten la gloria, la plenitud y el esplendor de su Padre.

A los ojos humanos el sufrimiento siempre es difícil de comprender. Nos cuesta hallar un sentido a las desgracias que afligen el mundo y tendemos a culpar al cielo por ello. En realidad, las muertes y el dolor causados por un mal uso de nuestra libertad extraviada son dolores de parto que nos han de despertar para renacer a esa otra vida “gloriosa”, que nos recuerda Pablo. Gemimos en nuestro interior, pero ¡no perdamos la esperanza! Porque quien busca y espera a Dios al final siempre encontrará una respuesta.

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