domingo, junio 01, 2008

El corazón de Jesús

Junio es un mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. La imagen del corazón es símbolo del amor humano. En las sagradas escrituras, el corazón significa el fondo de las personas, lo más profundo de su ser. Así, adorar al Sagrado Corazón de Jesús es adorar lo más hondo de su persona. Y la intimidad de Jesús está llena de su amor a Dios Padre.

Pocas lecturas como la carta de san Juan explican con tanta hondura qué es el amor y cómo llegar a vivirlo: “Todo aquel que ama es hijo de Dios, ha nacido de él y lo conoce. Los que no aman no conocen a Dios, porque Dios es amor”. (1 Jn 4, 7)

Dios es amor. No puede haber descripción más simple y más certera de la naturaleza de nuestro Dios. Pero, ¿qué es el amor?

No se trata de sentimientos, o de sensaciones íntimas que nos llenan de regocijo y bienestar. Tampoco es una pasión voluble ni un deber social o humanitario. No. El amor sobrepasa y desborda la esfera psicológica y emocional. Va mucho más allá de las leyes humanas. El mejor ejemplo del amor es el mismo Dios, y los apóstoles Juan y Pablo se prodigaron en sus cartas y discursos para explicarlo.

“El amor es esto: no hemos sido nosotros quienes nos hemos adelantado para amar a Dios; él es quien nos ha amado primero. Tanto, que ha enviado a su Hijo como víctima propiciatoria…”

Juan se hace eco de otras palabras, pronunciadas por Jesús, su maestro, en la última cena: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. El amor es esto: donación. El amor es entrega pura, libre y total. Sabemos que Dios nos ama porque no sólo nos ha dado el mundo entero, la existencia y la capacidad de ser conscientes de tanto don. Dios se ha dado a sí mismo, y éste es el corazón, la médula de nuestra fe. El Cristianismo, como señalan muchos teólogos, no es una religión de fieles suplicantes que claman al cielo, sino que es el regalo espléndido de un Dios que se entrega a sí mismo.

Éste es el misterio y la luz que anima el corazón de Jesús, que late hasta morir desangrado por amor. Es la donación sin reservas, sin condiciones, derrochando fuerza y vida por los demás. Y es un sacrificio que resulta “suave”, como dice Jesús, cuando el corazón se torna manso y humilde, dócil en manos de Dios.

“Nunca nadie ha podido contemplar a Dios, pero si nos amamos, Dios está en nosotros, y dentro de nosotros su amor es tan grande que ya no nos falta nada”.

A quienes dudan, a quienes se preguntan, ansiosos, dónde está Dios, y cómo llegar a conocerlo, estas palabras dan la respuesta. Dios se hace visible allí donde hay alguien que ama. Allí donde unas manos sirven, amorosas, y trabajan por el bien, allí vemos la mano de Dios.

Y para quienes sufren de una sed insaciable, sed de vida, de alegría, de plenitud, también el evangelio tiene respuestas. El amor, si es auténtico, llena el alma de tal manera que ya no necesitamos más. Dios es el agua fresca que colma los corazones ávidos de inmensidad.

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