sábado, marzo 22, 2008

Resucitar, nacer de nuevo

De la carta a los colosenses Col 3, 1-4

En su carta a los cristianos de Colosas, Pablo habla claramente de la resurrección de Cristo y de las consecuencias que tiene este hecho para todos nosotros. La resurrección marca el paso a una vida nueva, y esta vida, para los cristianos, no comienza después de morir sino aquí, en la tierra. Nuestra primera muerte es morir a una forma de vivir desesperanzada, sin fe, hundida en la culpa, las dudas y el miedo. Cuando la fe se despierta en nosotros y nos convertimos de corazón, podemos decir que hemos muerto y resucitado. Hemos pasado de la noche al día y hemos nacido a una vida nueva, que es la de los bautizados.

Quizás no somos lo bastante conscientes de esto. Como siempre hemos vivido inmersos en una cultura cristiana, heredada de nuestras familias, no sabemos valorar el salto abismal que supone pasar de una vida a la otra. Nuestra vida está escondida en Dios, nos dice Pablo. Nuestro verdadero gozo, nuestra pasión y nuestras raíces deberían estar anclados en el corazón de Dios. Cuando vivimos así, las inquietudes y los problemas cotidianos se hacen pequeños y de relativa importancia. “Los bienes de arriba”, es decir, los dones de Dios, son más importantes que “los bienes de la tierra”: nuestro dinero, el éxito, el reconocimiento, la abundancia material, todas aquellas cosas que el mundo adora y coloca como metas en la vida. Porque, como dice Jesús, “no sólo de pan vive el hombre”. Nuestro alimento, el que sostiene nuestra vida inmortal, es escuchar y acoger a Dios, que no desea otra cosa que regalarnos su amor y compartir con nosotros su gloria.

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