domingo, marzo 09, 2008

La vida del espíritu

De la carta a los Romanos (Rm 8, 8-11)

En este pasaje de su carta, San Pablo alude a dos tipos de vida. Por un lado, la vida física, material, que se corrompe y perece. Por otro lado, la vida del espíritu, que es eterna. Para los cristianos, la existencia no puede limitarse al plano material. El espíritu que nos anima es el mismo Espíritu de Dios, que resucitó a Jesucristo. Si los cristianos alentamos este Espíritu dentro de nosotros, también un día resucitaremos como el mismo Jesús.

La fe en la resurrección tiene enormes consecuencias prácticas. No es lo mismo vivir pensando que un día nuestra vida finalizará y será extinguida, que vivir creyendo que nuestra vida se alargará eternamente, junto a Dios. Esta fe nos da esperanza y fuerza para vivir de otro modo la vida en la tierra. Por un lado, nos permite afrontar con paz y serenidad los problemas y adversidades. Por otro, nos llena de una enorme alegría. Nuestro final no es un final absurdo y vacío: el fin de nuestro camino está en brazos de Dios Padre. Podemos empezar a vivir ese gozo ya aquí, en la tierra, si en nuestro actuar de cada día lo hacemos movidos por el amor a Dios y a los demás. Esto es lo que Pablo llama “vivir sujetos al espíritu” y no a la carne. “La carne” representa el egoísmo y el materialismo. El espíritu es el amor generoso y gratuito.

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