domingo, octubre 22, 2006

¿Por qué un Dios personal?

La paradoja de un Dios que se hace pequeño

Una de las grandes críticas al Cristianismo es su creencia en un Dios personal. Más concretamente, en un Dios que se hace hombre en la figura de Jesucristo.

Dios es mucho más grande que una persona, argumentan muchos. ¿Por qué reducir Dios a un ser personal? ¿No sería mucho más acertado concluir que Dios está por encima de la humanidad? Dios es una fuerza, una energía, un hálito que lo llena todo. Dios lo es todo, dicen incluso algunos, con tendencia panteísta. Todo es Dios. ¿Por qué reducirlo a la talla humana?

Ciertamente, el Cristianismo es el primero en reconocer que Dios va más allá de toda figuración humana. En el judaísmo, incluso se le llama el innombrable. No hay palabras que puedan definir a Dios.

Y, sin embargo, este Dios inconmensurable, eterno, infinito, misterio inabarcable, tiene una gran pasión: ama a sus criaturas y anhela su amor. Tanto, que se hace pequeño para poder amarlas y recibir su respuesta amorosa, si así lo quieren.

Esta es la mística que distingue el Cristianismo y su fundamento. Dios, siendo perfecto e inmenso, se hace minúsculo y limitado para poder entrar en el corazón de su criatura. En el Cristianismo, no es el hombre quien busca a Dios, por un camino de ascesis y perfección espiritual. Es Dios quien se agacha para arrebujarse en los brazos de sus criaturas humanas, buscando, mendigando, su amor. Ese es el misterio incomprensible y entrañable de la fe cristiana.

Que Dios se encarne en un bebé, que llora en brazos de una mujer, es algo tan revolucionario que aún hoy, dos mil años después, la idea resulta asombrosa y provoca rechazo en muchas personas religiosas. Ya en su tiempo, San Pablo aludía al mensaje cristiano como "escándalo" para griegos y judíos. ¿Cómo iba Dios, el creador, el ser supremo, el motor primero y la energía universal, a rebajarse de ese modo?

¿Qué quiere decir Dios personal?

En pleno siglo XXI, muchas personas, incluso de cultura cristiana, se sienten confundidas ante esta idea o bien rechazan que Dios pueda ser “tan” humano. Para otros, la historia de Jesús y la encarnación de Dios es un hermoso mito, un tanto pintoresco e increíble. “Dios es más que eso”. Reducir a Dios de esa manera es encerrarlo en cuentos para mentes crédulas y sentimentales.

El Dios Padre del Cristianismo es, por supuesto, mucho mayor. Ni siquiera tiene género, va más allá de las dimensiones humanas. No podemos imaginarlo tal como es. Con la expresión “un Dios personal”, sin embargo, los teólogos y los místicos nos están diciendo muchas cosas.

Un Dios personal es alguien a quien se puede hablar, a quien se puede sentir y a quien se puede amar. Decir que Dios es persona no es otra cosa que decir que Dios se acerca. Dios es un ser próximo, involucrado en nuestra vida. Desea nuestra amistad. Siendo tan grande, puede alojarse en nuestro yo más íntimo. Siendo tan poderoso, se hace frágil para dejarse cuidar. No necesitando palabras, busca el diálogo con nosotros. Dios está muy cerca, está dentro, tan entremezclado con nuestro ser como la sangre que corre por nuestras venas. “Dios está más próximo a ti que tu yugular”, reza un dicho judío. Late dentro de nosotros.

La novedad del Cristianismo

Esta es la novedad y el hallazgo del Cristianismo. El ser humano no tiene que hacer ningún esfuerzo titánico por buscar a su Dios. Es Él quien llama a su puerta para albergarse en su interior. El cristiano es aquel que se deja amar por Dios. Y ese amor lo transforma. La palabra “cristo”, del griego “ungido”, no significa otra cosa. Es el hombre que se ha dejado “untar”, empapar, acariciar por Dios, hasta identificarse totalmente con él.

Sí, es un misterio. Pero para quien se ha sentido amado por Dios, es un misterio luminoso y comprensible. El mensaje de Jesús era tan diáfano que los niños, los pobres y los sencillos de corazón lo entendían antes que los eruditos y los letrados. Porque para dejarse amar, aún por Dios, es preciso tener una gran dosis de humildad y sencillez. Cuando alguien se ha sentido pequeño y amado, puede comprender el misterio del Dios personal que susurra al oído y entra como una brisa suave capaz de transformar una vida entera.

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