domingo, octubre 01, 2006

María y el femenino sagrado

Feminismo espiritual

Uno de los temas que, desde hace años, es de candente actualidad, es la espiritualidad femenina y el llamado "femenino sagrado", o principios sagrados de la feminidad. Posiblemente esta es la última oleada del movimiento feminista, que arrancando en los principios del siglo XIX con los movimientos intelectuales y obreros llega al siglo XXI inmersa en una cultura cosmopolita y sincrética, ávida de religiosidad y de nuevas formas espirituales.

Muchos intelectuales sitúan este gran interés por la figura sagrada de la mujer dentro de las corrientes de la New Age. El interés por el femenino sagrado invade la literatura, el cine, el arte, la política y los medios de comunicación. Baste ver la ola mediática levantada con el famoso "Código da Vinci", como botón de muestra. Otros muchos ven o utilizan esta tendencia como una forma de reclamar la igualdad para la mujer en el campo de la jerarquía eclesiástica.

El siglo XXI ha sido llamado por muchos autores como el "siglo de la mujer". Ciertamente, el gran reto de la sociedad humana es que esa media humanidad, que en su gran parte vive marginada, explotada y bajo condiciones infrahumanas, emerja con todo su potencial. De lo contrario, nuestro futuro se encuentra gravemente amenazado. La humanidad no puede volar sin sus dos alas, más aún cuando el "ala femenina" aporta valores inmensos y, pese a su sometimiento, está sosteniendo la vida allí donde es más difícil hacerlo.

La importancia del papel de la mujer lleva a muchas de nosotras a hacernos preguntas de índole teológica y fronteriza. Las controversias mediáticas también nos hacen reflexionar. En el caso de las mujeres creyentes, imagino que surgen muchos interrogantes. ¿Cómo responder a los retos que se nos plantean? ¿Realmente la Iglesia es una defensora de la mujer? ¿O más bien la oprime y la margina? ¿Por qué la doctrina oficial de la Iglesia rechaza o parece rechazar las teorías del femenino sagrado o de la "Gran Diosa"? ¿Es el Dios cristiano un símbolo de la supremacía masculina o patriarcal? ¿Qué debemos pensar ante esto las mujeres cristianas?

Son muchas preguntas para un solo escrito. En éste, sólo voy a poner sobre la mesa una, un razonamiento que me hicieron hace poco.

Una pregunta difícil

Jesús es hombre y a la vez es Hijo de Dios, y decimos que es Dios. Pues bien, si decimos, y creemos, que María es la Madre de Dios, ¿por qué ella no es Dios? ¿No puede ser María una imagen de la "Diosa" o lo femenino sagrado? ¿Por qué Jesús es Dios y María no? ¿No es esto prueba del machismo de la Iglesia

Estas son las respuestas que he obtenido. De todas ellas, he llegado a una conclusión. Nos falta mucha, mucha formación, y también claridad de ideas. La teología cristiana nos ofrece ambas, si sabemos adentrarnos en ella, preguntar y escuchar sin miedo y con mente abierta y despejada.

1. En primer lugar, el Dios cristiano no es varón ni mujer. Dios no tiene género. Está más allá de los dos sexos. Por tanto, el concepto de lo femenino o lo masculino sagrado no tiene cabida en la fe cristiana. Si Jesús llama a Dios "Padre" no es por su género, sino por su cercanía, por su vinculación entrañable, por la intimidad de la relación entre Dios y su criatura. La novedad de Jesús es descubrir que entre Dios y la familia humana se da una relación muy estrecha, de filiación y paternidad-maternidad. Dios no es indiferente ni lejano a sus hijos. Esta imagen de Dios ya se atisba en diversos escritos del Antiguo Testamento. Algunos profetas afirman que Dios es una madre tierna y cariñosa, y compara su amor al de una mujer hacia su retoño.

2. ¿Por qué Jesús es Dios y María no?

En Jesús se da una particularidad que no se da en otros profetas. Las grandes religiones tienen sus profetas o enviados, personas puente entre la divinidad y la humanidad. Algunas, como el Judaísmo y el Islam, se asientan en la Ley de la Torah o en un libro, el Corán, como mediadores sagrados ante Dios.

La innovación cristiana es que su fe no se fundamenta en un libro o en una ley, sino en una persona concreta: Jesús. Y Jesús siente a Dios tan adentro que se llega a identificar con él. En algunos pasajes de los evangelios lo explica: “Quien me ve a mí, ve a Dios”. “La Luz estaba en él y él era la Luz”, dice San Juan, en el prólogo de su evangelio. Jesús desplaza a todos los mediadores o profetas. No se llama a sí mismo profeta, sino que se iguala a Dios. “Habéis visto a algo más que un profeta”, dice, en otro momento. “El Padre está en mí y él me ha enviado”. En Jesús se da, como en ninguna otra persona, una estrechísima vinculación con Dios. Es tanta la unión, que acaba incorporándose a su naturaleza divina. “El Padre está en mí, y yo en El”. Son palabras que sólo encuentran paralelo en las expresiones de los enamorados, cuya pasión los une tanto que se sienten vibrando al unísono, como un solo ser. Sin perder su identidad, y sin dejar de ser dos personas.

3. María, una historia de amor

María es el paradigma de una bella relación entre Dios y la humanidad. Representa el resplandor de la feminidad que se deja penetrar por el amor de Dios. Tanto la ama, que la toma como Madre y se acoge en su seno. María es signo vivo de la ternura inmensa de Dios y de su amor hacia sus criaturas. Es un modelo de ser humano transformado por la acción de Dios en su vida. “Él ha hecho en mí maravillas”, canta en el Magníficat. Y lo ha hecho porque ella, como niña en brazos de su Padre, se ha dejado querer: “ha mirado la pequeñez de su hija” y ha querido complacerse en ser espléndido y generoso con ella.

Esta actitud y esta experiencia profundamente mística, de sentirse penetrada y transformada por Dios, inundada de su gozo, es la actitud genuinamente cristiana. Los teólogos lo explican: la primera cristiana es María. Una mujer que se sintió inmensamente amada por Dios y dejó que éste la guiara. Sólo de una mujer así podía nacer un hombre extraordinario que podía identificarse al mismo Dios.

Cada persona puede seguir el itinerario de María en su experiencia mística. Muchos santos y santas lo han hecho. María Magdalena es igualada a ella, llamada "inmaculada" por la penitencia (ver mi escrito del día 23 de julio en este blog).

Podemos llenarnos de Dios, pero no somos Dios. Esta es la diferencia.

Continuaré con las otras cuestiones sobre este tema en las semanas próximas.

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