domingo, septiembre 10, 2006

¿Todas las religiones llevan a Dios?

¿Todas las religiones llevan a Dios?

En ciertos ámbitos he oído la siguiente afirmación: "Todas las religiones son caminos hacia Dios". Desde perspectivas diferentes, con medios distintos, todas conducen hacia una misma meta: el encuentro con la divinidad, con Dios. Por tanto, es indiferente el camino que elijas, mientras lo recorras de buena fe, pues todos te llevarán al mismo lugar. ¿Es realmente así?

Como escribí hace unas semanas, las religiones transmiten una experiencia mística trascendente. Son puentes hacia una realidad sagrada. Pero, ¿todas conducen a un mismo fin? Si las estudiamos en profundidad, veremos que no.

Para comenzar, algunas religiones son ateas. Esta afirmación puede resultar chocante, la intentaré explicar. Juan Pablo II, en su libro "Cruzando el umbral de la esperanza", ofrece una clase magistral sobre algunas religiones orientales y explica por qué el budismo, por ejemplo, es una religión sin Dios.


Religiones sin Dios

Ciertas religiones se constituyen como auténticos sistemas filosóficos, con valores que pueden ser muy loables, como la paz, la armonía con la naturaleza, la compasión, el ensalce de la humanidad… El fin de estas, como en el caso del budismo, es alcanzar un estado elevado de conciencia, la iluminación. Como consecuencia, se llega al llamado nirvana, donde el yo se disuelve en el infinito y se funde con toda la realidad existente. No hay lugar en estas religiones para un Dios, y mucho menos para un Dios personal con rostro humano. Sí se admite la existencia de una fuerza o energía creadora que llena todo el universo y de la cual todos los seres formamos parte. La divinidad está difusa y presente en todo, pero no es una persona a la cual podamos hablar. La conclusión final es que todo es una sola cosa, con mil diversas facetas, que se transforman. La diversidad y la personalidad no son más que espejismos. Todo forma parte de una sola entidad.

Estas religiones tienen mucho éxito hoy día por varios motivos. En primer lugar, porque su bagaje filosófico contiene valores y prácticas muy acordes con nuestra civilización individualista, estresada y amante del bienestar. Se trata de religiones que se viven mayoritariamente en el ámbito privado, personal, individual. Sus prácticas (meditación, relajación, yoga y otras) inducen estados de placidez y de calma que contrarrestan el estrés y las tensiones de la vida diaria. Sus valores son ampliamente aceptados y reconocidos: la misericordia, el amor, la paz, el retorno a la naturaleza… Es innegable que muchas personas se benefician de su práctica y esto explica su buena acogida en occidente. Dichas religiones, ya sean antiquísimas o ya sean nuevas corrientes surgidas de la llamada New Age, tienen una gran aceptación y a menudo se contraponen con otras religiones tradicionales a las que se acusa de dogmáticas o moralistas.


Riesgos de ciertas creencias

Es importante profundizar en estas filosofías para descubrir riesgos un tanto velados. Resulta paradójico que una religión que conduce a la disolución del yo encaje tan bien en una sociedad individualista, donde el ego personal se convierte en dios. Esto genera una sospecha hacia sus sistemas filosóficos. ¿Son tan sólidos y claros como aparentan?

El “panteísmo” que entrañan estas tendencias puede llevar a una deificación de la persona. Si todo es divino y yo formo parte de esta realidad, la conclusión fácil es esta: yo también soy dios. Como consecuencia de esta adoración de uno mismo la persona acaba ensimismándose en su nirvana ateo, sumergiéndose en su globo personal y alejándose cada vez más del mundo real que le rodea. Es una buena forma de escape ante una realidad a menudo incómoda y que nos desafía. La religión puede haber servido como terapia para aislarse y protegerse, pero, ¿hará que la persona sea realmente feliz y se desarrolle plenamente, en todo su potencial? Uno nunca puede vivir totalmente aislado y el choque con la realidad puede llegar a ser traumático. La persona que vive en sí misma corre el grave riesgo de tornarse asustadiza, huidiza ante la realidad, dependiente de sus prácticas o de sus gurus religiosos e incluso presentar patologías psíquicas.

Soy muy consciente de que estas reflexiones pueden causar inquietud e incomodar a muchas personas. Pero creo que la dimensión espiritual del ser humano necesita de un alimento que la haga crecer. Y para ello necesita abrirse al mundo y a los demás. Necesitamos del otro. El verdadero misticismo no busca un mundo ideal ni se eleva sobre la realidad, sino que se arraiga hondo en ella. Abrazando la realidad, tal como es ahora, es posible dignificarla y elevarla.

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