domingo, agosto 03, 2008

Nada podrá apartarnos del amor de Dios

Hermanos, ¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidades, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Rm 8, 35-39


Estas palabras del apóstol, vehementes y apasionadas, son uno de mis párrafos preferidos entre todas sus epístolas. No son palabras retóricas ni un simple discurso expresivo. Le salen del alma, a borbotones. Brotan de una experiencia íntima y arrebatadora. Sólo alguien que se ha sentido fuertemente amado puede hablar así.

Nada nos apartará del amor de Dios. Pablo cita una serie de peligros y contrariedades que todos podemos encontrar en nuestra vida y que muchas veces utilizamos como excusa para no amar, o para anteponer otras cosas a nuestra fe. ¡La vida es tan dura! El mundo nos arrastra, los problemas nos abruman y las desgracias ponen a prueba nuestra fe. No es fácil ser cristiano hoy en día, oímos decir con frecuencia. Pero, ¿cuándo lo ha sido? En tiempos de martirios y persecuciones, ¿no ha sido mucho más difícil? Cuando la Iglesia se ha dejado atraer por el poder, ¿no ha resultado duro para muchos santos mantener su fidelidad al evangelio, contra viento y marea?

Hoy, en un mundo indiferente y burlón ante Dios, ser cristiano es un desafío y una aventura. Cuando una persona ha catado el amor de Dios, cuando ha atisbado un resquicio de su belleza, cuando ha vibrado sintiéndose abrazado en el regazo del cielo, todas las demás cosas empequeñecen. De ahí que para Pablo todos los bienes del mundo sean nada en comparación a Cristo, y que todas las dificultades posibles sean pequeñas, al lado del amor de Dios.

El amor siempre es más grande. Siempre puede más. Siempre perdura. Este es el mensaje que late en la mayoría de los escritos del apóstol. Él sabe de qué habla, pues tal como lo vive, lo transmite. En él arde un fuego que no cesa de comunicar. Se siente bien agarrado a Dios, y esta convicción lo hace intrépido y audaz.

Releer despacio estas líneas puede reconfortarnos y avivar profundamente nuestra fe. Creer, finalmente, es una cuestión de amor. Creemos porque queremos; confiamos en aquel que amamos. La única cosa que podría apartarnos del inmenso amor de Dios sería nuestra propia voluntad de rechazarlo, nuestra frialdad, nuestra lejanía. Pero si nos aferramos a él, jamás nos abandonará.

No hay comentarios: