domingo, agosto 17, 2008

Los dones y la llamada de Dios son irrevocables

Rm 11, 13-15. 29-32


Un don que marca para siempre

Esta lectura de San Pablo tiene como trasfondo una tristeza y una preocupación del apóstol. Siendo judío, lamenta que los de su pueblo y religión rechacen a Cristo y su mensaje. Mientras que cada vez son más los gentiles –extranjeros– que acogen el evangelio de Jesús, los judíos se muestran hostiles.

Pablo mismo había sido un celoso devoto, practicante de la Ley, y reconoce su valor. La fe hebrea es la raíz y sustento del Cristianismo. Pero Jesús lleva esta fe mucho más allá de la esperanza en unas promesas. Es su identidad con el Padre lo que rechazan muchos judíos. No pueden admitir, como señala el Papa en su libro Jesús de Nazaret, que Jesús se identifique con Dios mismo, con la Ley, con el Reino de los Cielos. Pueden aceptar que sea un profeta, pero rehúsan que sea hijo de Dios.

Pablo, que también era reticente, fue alcanzado por el amor de Cristo. La experiencia que cambió su vida lo marcó para siempre. Esa sacudida interior late en sus palabras cuando dice: “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables”.

¡Tremenda frase! Cuando alguien es llamado por Dios, ya nada será igual que antes. La persona llamada queda marcada con un sello indeleble. No es una marca de esclavitud, sino una herida luminosa, como la han llamado muchos místicos, una llaga de amor, que enciende en el alma una hoguera inextinguible.

Tras esa llamada, la vuelta atrás sería la misma muerte. En cambio, acogerla y seguirla es, en palabras de Pablo, “volver de la muerte a la vida”. Rebelarse contra Dios es morir; reconciliarse con él es renacer a otra vida más plena.

Misericordia infinita

El apóstol continúa hablando de la rebeldía humana y de la misericordia de Dios. Muchas personas pueden ser reacias a esta palabra, misericordia, considerándola sinónimo de blandura, condescendencia y beatería. Pero ahondemos en su significado genuino. Misericorde es el corazón capaz de conmoverse, de vibrar, de sentir ternura, de entusiasmarse ante la alegría y de llorar con las penas. Misericordia es la cualidad de las almas sensibles, delicadas, abiertas, rebosantes de amor. Así es el corazón de Dios.

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