viernes, febrero 24, 2006

Abigail

Tener el valor de afrontar las culpas de otros

La historia de Abigail forma parte de la azarosa vida del rey David. En una época en que David y su ejército campaban por el desierto de Maón, junto al monte Carmelo, éste pidió ayuda y provisiones a un rico hacendado, Nabal, cuyos rebaños pastaban en la región. El relato cuenta que los hombres de David habían respetado en todo momento a los pastores y a su ganado, sin causarles daño. En cambio Nabal, del que se dice era hombre ambicioso y necio, despidió a los enviados de David con cajas destempladas, despreciándolos y negándoles alimento alguno. La reacción de David no se hace esperar. Enfurecido, decide lanzar a sus guerreros contra Nabal y sus posesiones, dispuesto a exterminarlo a él y a toda su gente. Es entonces cuando interviene la esposa de Nabal, Abigail, a escondidas de su marido.

Abigail sale al encuentro de David y su tropa con una comitiva cargada de alimentos. La Biblia nos cuenta que era una mujer hermosa y que actuaba con prestancia. Su gesto y sus palabras consiguen aplacar la ira del futuro rey. David queda admirado ante la serena firmeza de Abigail, quien le ruega disculpe a su marido y le suplica que respete sus tierras y sus propiedades. Y así lo hace, en atención a esta mujer hospitalaria y valerosa. Años más tarde, Abigail se quedaría viuda y pasaría a ser una más de las esposas del rey David.

Como tantas historias bíblicas, hay en ésta muchos aspectos polémicos e interpretables de modos contradictorios. No podemos juzgar el relato con nuestros criterios y valores actuales. De Abigail, mujer que la Biblia ha distinguido como admirable, destacaría dos cualidades especialmente valiosas para las mujeres de hoy.

La hospitalidad

Dejando a parte el temor ante la amenaza de David y sus hombres armados, en Abigail encontramos una actitud diametralmente opuesta a la de su esposo. Nabal es el hombre rico, celoso de sus posesiones y desconfiado. No se apiada de los forasteros que le piden ayuda. Abigail actúa de modo diferente. No sólo responde a la amenaza de David, sino que se muestra generosa y espléndida. La suya es la actitud de la mujer acogedora y hospitalaria, compasiva ante los de afuera. Es la actitud tan propia de muchas mujeres que siempre están dispuestas a acoger y ayudar, sin temer perder nada de sus posesiones. Justamente por su generosidad, Abigail salva su hacienda y las pertenencias de su esposo.

Trasladando este gesto a un plano espiritual, Dios siempre responde con magnanimidad ante cualquier gesto desprendido y compasivo que mostramos hacia los demás. Su medida es el ciento por el uno. La generosidad nunca queda sin recompensa.

Saber asumir los errores ajenos

Este punto es más polémico. Abigail asume la culpa de su marido y su actitud reprobable. Consciente de ello, intenta paliarla y resarcir a los perjudicados por su desplante. Hoy muchos podríamos decir: ¿Por qué cargar con las culpas de otros? ¿No es algo contraproducente e insensato, cuando bastante tenemos con intentar liberarnos de las propias? Muchos psicólogos dirían que hemos vencer el constante sentimiento de culpa que nos oprime. ¿Cómo va a ser loable asumir los defectos de la otra persona? ¿No corremos el riesgo de convertirnos en víctimas y perder toda nuestra autoestima?

Abigail, en realidad, no nos llama a culpabilizarnos ni a caer en una neurosis. La suya es la actitud del que se responsabiliza de las personas que tiene a su cargo y que forman parte de su vida. No es víctima, sino responsable. Vemos que Abigail diverge radicalmente de su esposo: ella no comparte su forma de pensar ni de actuar. Pero no se desentiende de él ni de las consecuencias de sus actos, y toma medidas. Así ocurre con tantas madres, esposas, compañeras de trabajo, amigas… que, por pura lealtad y libremente, aceptan que trabajar y convivir con otros supone también asumir sus errores. Llegado el momento, tienen el coraje de recoger las equivocaciones de los demás, aceptarlas e intentar recomponer tantas situaciones rotas o tantos malentendidos. Abigail es mediadora y reconciliadora. Y en esto demuestra no sólo que es una buena persona, sino que sigue siendo leal a su esposo, aunque sea un cretino avaricioso.

Ser responsables y apoyar a los que están a nuestro alrededor, aunque se equivoquen, requiere una gran madurez humana. Y asumir sus errores con ellos, intentando compensar el daño causado, no debe confundirse con el victimismo o con las actitudes resignadas y mártires. Es, en realidad, un acto de valor y de profunda fidelidad. Las personas que practican esta virtud, como Abigail, saben hacerlo con elegancia y compostura, sin perder un ápice de su dignidad.

4 comentarios:

Montse de Paz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Se podría objetar que cuando nos responsabilizamos de los fallos de los demás no les permitimos crecer y afrontar las consecuencias de sus actos.

Anónimo dijo...

Pero cuando hay más personas implicadas, hay que buscar el bien común por encima de consideraciones personales.

Anónimo dijo...

Este es un punto de relevancia espiritual,colocarnos en un lugar de reconciliar y evitar males mayores,en vez de lavarnos las manos, nuestro projimo tiene oportunidades mil de enderezar sus pasos. Si en nuestras manos esta el enderezar ese camino, Dios nos ayudara.