“Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger… por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. Por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”.
La ciudad de Filipos fue el primer punto de Europa donde se fundó una comunidad cristiana. Fue una comunidad muy fiel y amada por el apóstol, y la única de la que aceptó recibir ayuda económica. La carta a los Filipenses fue escrita desde la prisión, en Roma. En ella, Pablo desvela su corazón y exhorta a los miembros de la comunidad a continuar siendo fieles y a poner en el centro de sus vidas a Cristo.
En esta lectura vemos la dinámica interior de Pablo y un atisbo de su intensa experiencia mística de unión con Cristo. Son muchos los santos que han pronunciado palabras semejantes: para ellos Cristo lo es todo. Tanto, que ansían morir para reunirse con él definitivamente. Recordemos aquellos versos de santa Teresa:
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor
que me quiso para sí.
Pero Pablo es realista y responsable. Sabe que su vida en esta tierra es útil para muchos, que su trabajo puede ayudar a muchas personas a acercarse a Dios. De ahí que sienta ese dilema interior que expresa con toda confianza a la comunidad de Filipos.
Estas palabras nos dan qué pensar. ¿Seríamos capaces nosotros, cristianos de hoy, de pronunciarlas? ¿Es Cristo lo más importante para nosotros? Me parece que para la mayoría no es así. Es más o menos importante, pero no es el centro de nuestra existencia. Amamos la vida mortal, nos aferramos a ella y a muchas otras cosas, y Jesús está en lugar secundario, cuando no en el último lugar. Parece que Dios es el último recurso cuando todo lo demás falla y sólo recurrimos a él en tiempos de penuria y desesperación. Para Pablo no es así: Dios es lo primero. Su vida gira alrededor de Jesús y de ese amor que lo ha atrapado, que lo llena y lo mueve.
¿Qué podemos hacer? Muchas personas pueden objetar que Pablo vivió una experiencia mística de proximidad con Jesús, por eso podía hablar de esta manera. Pero no olvidemos que todos los cristianos estamos llamados a esa misma santidad. No se trata de perseguir experiencias sobrenaturales, sino de buscar la unión con Jesús, ¡y lo tenemos tan fácil! El evangelio nos recuerda que en nuestros hermanos encontramos a Dios. Y cada domingo, en la misa, podemos reunirnos con el mismo Jesús, a quien recibimos, no a nuestro lado, sino en nuestro interior.
“Lo importante es que llevéis una vida digna del Evangelio”, acaba Pablo. En esta frase encontramos toda la orientación que necesitamos. ¿Y qué es una vida digna del evangelio? Quizás lo primero es creernos esa buena noticia y alimentarnos de ella. Dios nos ama y nos hace sus hijos. Nos ama con tal locura que da su propia vida por nosotros, en Jesús. Dios se nos hace cercano, se mete en nuestro corazón. ¿Somos conscientes de esto? Las consecuencias son tan enormes que sólo esto basta para transformar una vida entera. Cuando alguien se siente amado y tocado por la mano de Dios ya nada es igual.
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