“A nadie le debáis nada, más que amor, porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley” Rm 13, 8-10
En este breve párrafo, Pablo condensa casi todo el mensaje de Jesús: un mensaje de amor. La humanidad, desde muy antiguo, ha venido elaborando leyes para facilitar la convivencia y proteger a las personas más débiles. Los diez mandamientos son un magnífico ejemplo. Los derechos humanos son otro. En ellos laten una sensibilidad y un gran respeto hacia la realidad de la persona humana.
Más allá de la ley
Pero Jesús fue mucho más lejos que la ley y los cristianos, ayer y hoy, estamos llamados a superar en mucho las normas y leyes humanas. No se trata de saltárselas, sino de dar más. Podríamos decir que los derechos naturales son un nivel básico, forman esa ética de mínimos que garantiza una concordia social. Pero los cristianos hemos de ofrecer algo más que respeto o tolerancia: hemos de dar amor.
En el amor se contienen todos los mandamientos, todos los derechos, toda la humanidad de la ley. Quien ama, dice san Pablo, no hace daño al prójimo. Y no sólo esto: quien ama está dando vida, ánimo, entusiasmo, soporte y alegría a los demás. Quien ama está haciendo mucho más que cumplir como buen ciudadano. Quien ama se deja la piel, y el corazón, por hacer que la vida de cuantos le rodean sea un poco mejor, más bella, más digna.
Por eso dice Pablo, haciéndose eco de las palabras de Jesús, que amar es cumplir toda la ley. Quien ama no necesita más, pues rebasa todos los mandamientos. San Agustín lo dice con su célebre frase: “Ama y haz lo que quieras”.
Una civilización del amor
Cuando la Iglesia habla de expandir una civilización del amor se refiere justamente a esto. Nuestros países occidentales hablan de difundir la democracia y el bienestar, las libertades, los derechos… Los cristianos hablamos de difundir una civilización del amor. ¿Parece utópico? No, si tenemos en cuenta que esta civilización comienza en casa, en nosotros mismos, en nuestra vida de cada día. Casi lo único que podemos cambiar es nuestra propia forma de hacer, ¡y ese cambio ya puede producir milagros!
Por otra parte, seamos realistas. Sin amor, las leyes humanas y la justicia nunca cuajarán. Los derechos de la persona se corrompen y se diluyen si no hay unos valores y convicciones profundas que los sustenten. Muchas personas argumentan que lo primero es la justicia y el derecho. No. Lo primero es el amor. Y del amor surgirá el resto. Las leyes faltas de amor y respeto profundo a la realidad de la persona acaban siendo letra muerta, incluso letra falsa, que sólo sirve como instrumento de propaganda y de poder.
De ahí la importancia y la enorme responsabilidad de los cristianos. Amar no es obligatorio, claro… pero sí es un mandamiento en el sentido hebreo de la palabra: es una urgencia, una necesidad, un apremio. Así lo entendió Jesús, cuyo mensaje siempre converge ahí. Así lo entendieron Pablo y tantísimos santos. El mundo necesita, desesperadamente, amor. Y la misión de cada cristiano no es otra que ésta: recibir el amor de Dios y verterlo en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario