“Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todo el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”.
(Flp 2, 1-6)
(Flp 2, 1-6)
Una de las mayores inquietudes de Pablo era la unión en las comunidades cristianas. En sus cartas, insiste una y otra vez en que los fieles se mantengan unidos, con un mismo sentir, fielmente adheridos a Jesús, como los sarmientos a la vid.
Esta forma de pensar es muy contraria al individualismo que se ha expandido por el mundo en los últimos siglos. Hoy día, en que vivimos en una sociedad globalizada y la solidaridad está en boca de muchos, el individualismo persiste, incluso en formas disfrazadas. Por un lado, se difunde la conciencia de que hemos de ser solidarios, de que todo cuanto se hace en un lugar del mundo afecta a todos. Se apela a nuestra responsabilidad. Pero, por otro, muchas corrientes que gozan de gran aceptación nos insisten en esta idea: ámate a ti mismo, pues si no te pones a ti en primer lugar, por encima de todo, nunca podrás amar a los demás. Parece que aquel viejo dicho: “la caridad comienza con uno mismo”, se ha convertido en una norma social.
Recogiendo el mensaje de Pablo, creo que quizás es justamente al revés. La caridad, no comienza, sino que acaba en uno mismo. En primer lugar, el amor, aunque parezca brotar como iniciativa personal, no surge solo de nuestro interior. Amamos porque antes hemos sido amados, porque recibimos amor, porque alguien nos enseñó a querer. En segundo lugar, nos encontramos a nosotros mismos, no cuando vivimos centrados en nuestro ego y en nuestras preocupaciones, sino cuando nos abrimos a las realidades de otros. Puede parecer contradictorio y además es contrario a las filosofías imperantes, pero estoy convencida de que una persona llega a amarse a sí misma cuando comienza a amar a los demás.
¿Por qué esto es así? Pablo es muy transparente en su discurso: “Tened entre vosotros los sentimientos de Jesús”, dice. ¿Cuáles fueron los sentimientos de Jesús? Su vida es el mejor ejemplo: Jesús siempre antepuso el bien de los demás al suyo propio. Antepuso la salud y la alegría de sus gentes a su descanso; predicó incansable, alimentó con pan y con sus palabras a multitudes, olvidando su reposo y comodidad. Y educó a sus discípulos para que crecieran humana y espiritualmente, para que formaran un grupo compacto, fiel, donde prevaleciera el servicio por encima del poder y el afán de dominar.
¿Significa esto renunciar a la propia personalidad? ¿A la libertad personal? No, en absoluto. La persona que se vuelca en ayudar y amar a su prójimo descubre cuál es su auténtica identidad, se reconoce a sí misma y comienza a quererse y a respetarse más. Recupera una autoestima sana, sin hinchazón del ego y sin encogimiento del alma. Y es a partir de esta actitud como una comunidad humana se forja, se cohesiona y crece. Es a partir de ahí que el mundo puede comenzar a cambiar.