Dos virtudes son esenciales para forjar una comunidad: el coraje y la confianza. Hoy hablaré de la confianza.
Confiar en Dios
Confianza es tener fe en alguien. Los cristianos decimos que tenemos fe en Dios. Nos fiamos de él. Sabemos que es grande, todopoderoso, que nos ama inmensamente y siempre está ahí… No cuesta mucho confiar en un Dios Amor.
Pero quizás nos cuesta más confiar en los demás. Y he aquí que Dios nunca nos habla ni se manifiesta directamente a nosotros, sino a través de las personas. ¿Por qué? Así lo ha querido. El evangelio lo dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás”. Pero Jesús lo ha manifestado entre los hombres.
Los discípulos de Jesús creyeron en él y confiaron en él. Jesús, siendo Hijo de Dios, era perfecto y sin pecado alguno. Pero también era humano. Su manera de ser y sus acciones no eran del agrado de todos y tuvo muchos críticos y detractores. Para algunos, se relacionaba demasiado con pecadores, publicanos, gente de mala fama, prostitutas. Para los fariseos, celosos observantes de la ley, era un mal cumplidor de los preceptos. Otros encontraban sus palabras excesivamente rigurosas y exigentes. Hubo momentos en que las multitudes seguían a Jesús, pero hubo otros momentos de abandono y deserción. En una de esas ocasiones, el evangelio dice que “muchos lo dejaron”. Es entonces cuando Jesús pregunta a Pedro: “Y vosotros, ¿también queréis iros?”. Y Pedro, lleno de fe, responde: “¿A quién iremos, Señor? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Esa respuesta vehemente, llena de convicción, responde a la fe del discípulo incondicional. Pedro confía en Jesús. Ha sabido ver el rostro de Dios reflejado en él. Y, con Pedro, los restantes discípulos también confían en él. Creen que es verdaderamente el Hijo de Dios. Uno sólo entre ellos desconfió de Jesús. Y las consecuencias de esta desconfianza llegarían a ser trágicas. La traición de Judas se explica, entre otras cosas, a raíz de una profunda desconfianza hacia su maestro.
Los cristianos de hoy podemos gozar de la presencia de Jesús sacramentado, en la eucaristía y en el Sagrario. Sabemos que él siempre está con nosotros… pero no lo vemos físicamente. ¿Quién es para nosotros el rostro de Jesús?
Confiar en la Iglesia
La respuesta la hallamos en la Iglesia. De la misma manera que los apóstoles confiaron en Jesús, los cristianos estamos llamados a confiar en nuestros pastores, en la enseñanza de la Iglesia, en los sacerdotes, en los demás miembros de la comunidad. Si no confiamos en ellos, ¿cómo podemos pretender confiar en Dios? Es cierto que la Iglesia, formada por personas humanas, tiene muchas imperfecciones. Pero en los sacerdotes y en los hermanos no debemos limitarnos a ver los defectos humanos, pues todos los tenemos; los mismos apóstoles fueron personas con muchas limitaciones y defectos. Hemos de ver en ellos a hombres de Dios, llamados a una misión que compartimos todos. Los sacerdotes han recibido un don muy especial, y es esto lo que debemos considerar más importante. Confiemos en la Iglesia y en los sacerdotes. Trabajemos a una con ellos. Son los pastores que nos han sido enviados a las comunidades. No los hemos elegido, ni ellos nos han elegido a nosotros. Pero nos une algo más fuerte que nuestra voluntad: Dios. Si en una comunidad todos caminan unidos, confiando unos con otros, con una misma meta y un espíritu de servicio, esa comunidad será un trozo de Reino de Cielo. Avanzará y cumplirá su misión en el mundo.
La confianza es clave para que los grupos, las familias, las comunidades, se fortalezcan y crezcan. Allí donde entra la desconfianza, se quiebran las amistades y se acaban rompiendo las relaciones. La desconfianza agrieta y destruye. En cambio, la confianza es la amalgama que todo lo une y lo fortifica. Donde hay confianza, se pueden construir proyectos sólidos.
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