Continuando con la reflexión de la semana pasada, comentaba que dos virtudes son esenciales para forjar una comunidad: el coraje y la confianza.
El coraje
Para tener confianza, es necesario tener valor. El coraje es la virtud que nos empuja a salir de nosotros mismos, a confiar, a comprometernos. Es imprescindible para entregarnos y amar. Sin coraje, el amor no encuentra apoyo. Dicen que lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo. El coraje aúpa y da alas al amor.
Para tener confianza, es necesario tener valor. El coraje es la virtud que nos empuja a salir de nosotros mismos, a confiar, a comprometernos. Es imprescindible para entregarnos y amar. Sin coraje, el amor no encuentra apoyo. Dicen que lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo. El coraje aúpa y da alas al amor.
Necesitamos coraje para salir fuera de nuestras casas, que no sólo son los espacios físicos, sino ese caparazón que hemos construido a nuestro alrededor, formado por nuestras ideas, nuestras seguridades, nuestras formas de hacer… Metidos en esa concha, nos sentimos seguros y confortables. Pero, a veces, en lugar de protegernos, la coraza nos aísla. Nos pertrechamos en nuestra torre de marfil y acabamos solos y centrados en nosotros mismos. Es la torre del egoísmo, que nos cierra al mundo. Y en ese pequeño universo cerrado ya no puede entrar la luz. El infierno comienza ahí dentro, en ese caparazón endurecido.
Para romperlo y salir afuera precisamos valor. Y salir afuera quiere decir ponerse en camino para ir hacia los demás. Salir es ir al encuentro de los otros. Aprender a comunicarnos, a dar y a recibir, a confiar en ellos… Es cierto que no podemos ser ingenuos y confiar en cualquier persona, sin conocerla. Pero en aquellas personas que sabemos de cierto que nos aman, que nos quieren bien, que no pueden hacernos daño, porque desean lo mejor para nosotros, ¡en ésas hemos de confiar! Es muy triste ver cómo algunas personas desconfían de quienes los aman. Cuando los hijos desconfían de sus padres, o los padres de los hijos, o los cónyuges… o cuando los amigos dejan de darse mutua confianza, o la traicionan, entonces se producen rupturas muy dolorosas y heridas hondas que tardan mucho en cicatrizar. Sin dejar de ser lúcidos, sin perder de vista la cordura, hemos de aprender a salir de nosotros mismos y confiar.
También se necesita coraje para abrir nuestro corazón. A veces nos aferramos a nuestros viejos criterios y somos incapaces de cambiar. Sepamos abrirnos y dialogar. Eso no quiere decir renunciar a nuestros valores y a nuestra identidad, sino tener el valor de contrastarlos y enriquecerlos con otros. Sin una mente y un corazón abierto, no recibiríamos el alimento espiritual e intelectual que necesitamos para crecer como personas. Especialmente necesitamos abrir nuestro corazón a la palabra de Dios, que puede sacudir intensamente nuestro interior.
Finalmente, necesitamos coraje para perseverar. Los inicios de un camino, de una relación, de un compromiso, siempre son apasionantes. Como en un enamoramiento, nos invade la euforia y desbordamos de entusiasmo y fuerza. Pero al cabo de los años, vemos que ese fuego inicial no se mantiene solo; necesita que lo vayamos alimentando, a menudo con esfuerzo y trabajo por nuestra parte. Por eso es necesario ser constante, no desistir jamás. Una vez iniciamos un camino, hemos de seguir adelante, venciendo la desgana, los altibajos emocionales, el cansancio, incluso las enfermedades… Necesitamos coraje para seguir y no abandonar, para recorrer nuestro camino, haciendo acopio de fuerzas, hasta la meta final.
Muchas personas prefieren cambiar de camino. Como todos los comienzos son motivadores, pasan la vida probando y comenzando nuevos caminos. Es la manera de no llegar nunca a ninguna parte. Quien vive así experimenta mucho, pero avanza poco. Requiere mucho más valor elegir un camino y perseverar en él hasta el final. A tramos corriendo, otros más despacio, a veces superando enormes obstáculos… cuestas arriba. Pero siempre avanzando, hasta el final. Y los cristianos sabemos cuál es nuestra meta. Nuestra meta es el Cielo, el abrazo con Dios.