He 11, 8-19
Por fe obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba…Por fe, Abraham, puesto a prueba, ofreció a Isaac, y era su hijo único… Pero Abraham pensó que Dios tiene poder para hacer resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.
Esta lectura de Pablo apela con rotundidad a nuestra fe. Pongámonos en el lugar de Abraham, de Sara, de esos hombres y mujeres de la Biblia que creyeron sin vacilar. ¿Seríamos capaces, nosotros, de renunciar a tanto? ¿Somos capaces de dejar en manos de Dios nuestro hogar, nuestra familia, nuestros bienes… todo cuanto tenemos? ¿Nos atreveríamos a entregarle nuestra propia vida, nuestro porvenir? ¿Nos fiamos de Dios?
Por fe obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba…Por fe, Abraham, puesto a prueba, ofreció a Isaac, y era su hijo único… Pero Abraham pensó que Dios tiene poder para hacer resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.
Esta lectura de Pablo apela con rotundidad a nuestra fe. Pongámonos en el lugar de Abraham, de Sara, de esos hombres y mujeres de la Biblia que creyeron sin vacilar. ¿Seríamos capaces, nosotros, de renunciar a tanto? ¿Somos capaces de dejar en manos de Dios nuestro hogar, nuestra familia, nuestros bienes… todo cuanto tenemos? ¿Nos atreveríamos a entregarle nuestra propia vida, nuestro porvenir? ¿Nos fiamos de Dios?
Abraham, que tenía una fe sólida, lo hizo. Y era un ser humano, con sus defectos y sus cualidades, como cualquiera de nosotros. También era un hombre rico y ansioso por formar una familia, así que aún podía resultar más posesivo que otras personas. Sin embargo, lo entregó todo a Dios y por él lo arriesgó todo. Sabía de quién se fiaba.
Los cristianos estamos llamados a tener esa fe. No se trata de dejarlo todo, literalmente, sino de no apegarnos a ello y ponerlo en manos de Dios. Incluso lo que más queremos. En estas fechas festivas, en que todos nos reunimos con la familia, podemos tender a ser posesivos y dominantes en las relaciones familiares. Para muchas personas, la familia es el bien más grande, por encima de todos los demás, y se aferran a ella sin saber contemplarla con una mirada trascendente. De ahí surgen luego muchos conflictos internos que no siempre se consiguen superar.
Cuántas veces preferimos darle a Dios migajas, bien acompañadas con oraciones, misas, rituales… y olvidamos ofrecerle lo que realmente es importante para nosotros. No tengamos miedo. ¡Dios da el ciento por el uno! Pongamos en sus manos, de corazón, aquello que amamos, y dejemos que él disponga de todo. Sepamos, incluso, renunciar a ciertos bienes o situaciones cómodas que, aunque nos resulten agradables, pueden anquilosar nuestra alma y encastillarnos en nuestro egoísmo o en nuestra vanidad. Sepamos soltar amarras y fiarnos del mejor navegante, nuestro Dios. Porque lo que nos aguarda es inmensamente mejor que lo que dejamos atrás.